Ciudad de México a 19 de Septiembre 2020
Como olvidar aquella mañana del 19 de Septiembre, parecía normal, parecía un día más, cierro los ojos tratando de pensar que todo fue un mal sueño, que todo fue una fábula de las que cuentan los ancianos de aquellos lugares, un mito sin sustento gráfico.
No dude ni un minuto en salir de casa, sin pensar nada únicamente en brindar mi ayuda, me dispuse a ir ahí, al lugar de la tragedia al lugar del desastre, al lugar del derrumbe.
Llegue a la destrucción, me recibió un fuerte olor a tierra a derrumbe, infinidad de manos estaban ahí ayudando, manos solidarias, manos y que se levantaron para levantar escombros, para levantar al caído.
Una mano que se levantó en un puño cerrado tratando de escuchar el mínimo indicio de que alguien estaba atrapado de bajo de los escombros, el mínimo ruido que se presentará como luz de esperanza y vida.
Hace tres años conocí el dolor en el rostro de quienes perdieron todo, hoy hace tres años que estuve cerca del olor a muerte, cerca de la destrucción, mi vida cambio, mi manera de pensar cambio.
Ahora valoro los hoy y los ahora, valoro la vida de quienes me rodean, no guardo los abrazos para mañana, ni callo los te amo para después, aprendí a vivir agradecida por lo que tengo hoy y no sufrir por lo que no tengo.
Aprendí que uno tiene mucho que dar y que es mucho más valioso que el dinero, aprendí que mis manos son tan valiosas en esas tragedias, un par de manos pueden ser la diferencia entre morir atrapados o ser rescatados.
La solidaridad, el apoyo, un hombro para llorar, mis manos para ayudar, somos ricos sin tenerlo todo, tenemos la enorme bendición de ser quienes rescataron y no a quienes rescataron, salimos a dar ayuda sin dudarlo, sin pensarlo.
Ahora soy voluntaria, y mi vida la doy en beneficio de quienes más lo necesiten, esa mañana fue un antes y después no solo para México y millones de Mexicanos, lo fue para mí y lo agradezco porque mis manos fueron, manos de ayuda.
Para NR Miriam Furlong.